El amor pertenece al lado rugoso y fragmentario de la vida y, siendo un producto del sueño, se parece más a una pesadilla que a un sueño propiamente dicho, como acosándonos cuando dormimos pero no soñamos.
A pesar de todo, recuerdo perfectamente el inicio chocante del gran amor cuyo final no era inesperado, conservo en la memoria su nítida figura entre toda aquella multitud, única imagen durante el tiempo de la noche que el cerebro dedica a la logística del archivo de los recuerdos, ni rastro de lo demás.
Simples excusas para configurar un soporte circunstancial , por si acaso llegaba el delirio. He buscado meticulosamente y a distancia aquel momento en el que el recuerdo interesado de una sonrisa se transmuta en gran amor, lo sorprendente es que no hizo falta nada, el azar nos precipitó como el encuentro fortuito entre un quasar y una estrella joven, un encuentro cósmico en cualquier punto del universo. Pero no dejó de ser un frágil deseo que alimentaba la curiosidad mutua. Hasta el día que tras la ausencia, llegaron sus frases envenenadas, la retórica era su arma más letal, tuvo el efecto de un relámpago, sin solución de continuidad, se reveló la verdad mas pura y simple: en aquel momento, mi único miedo era desaparecer sin haber tenido la ocasión contemplarle, por lo menos un instante, con los ojos cerrados mientras dormía.
Fue el estallido de un amor hasta entonces apetecible y no me importaba el contagio inminente del delirio.
¿Que había ocurrido? Nada. Unos dientes blancos y un perfil gesticulando en la memoria. Una sola vez. Un compás de espera. La señal clara de un deseo insignificante. ¿que provoca un sueño? Nada. O para ser mas preciso, algo todavía más insignificante, la fusión sin esfuerzo de visualizar y sentir emociones como el parpadeo rápido de los ojos cuando se activa el sueño.
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